Las Persona Mayores
El texto original fue publicado en MECC el 15 de junio de 2022. Traducción y publicación por Maronitas.org en colaboración con The Middle East Council of Churches
Dr. Michel E. Abs
Secretario General del Consejo de Iglesias del Oriente Medio
Están sentados en su silla, sosteniendo su bastón, con los ojos fijos en el horizonte, mirándolo con una mirada de reproche y anticipación.
Esperan a un hijo, a un nieto, a un hermano o a alguien que pregunte por ellos, por su estado y su destino.
Recuerdan los días pasados y reflexionan sobre el sufrimiento que les hicieron soportar y las lecciones que les enseñaron. A veces se alegran y a veces se entristecen.
«La vejez es una travesía», así reza el dicho popular en el Líbano. Y como dice el refrán francés: «Si la juventud supiera, si la vejez pudiera».
Las canas de sus cabellos y su piel arrugada te hablan del tiempo que han soportado. Su mirada errática te dice algo sobre su sufrimiento.
Son el grupo más vulnerable de la sociedad, ya que no tienen ni el poder ni la promesa de recuperar la gloria pasada. Sólo recurren a los recuerdos.
Son la categoría de personas que la sociedad moderna se siente incómoda por el alto coste que supone su cuidado y mantenimiento.
Aunque los niños como categoría social son el otro grupo social vulnerable, sin embargo es una categoría prometedora en términos de productividad. En cuanto a los ancianos, son considerados por la sociedad moderna como la categoría de alto coste, sus miembros están en declive y, por lo tanto, cuidar de ellos no es rentable, ya que no hay esperanza de recuperar lo que se gasta en su cuidado y mantenimiento por parte de las instituciones y los gobiernos.
¿No es ésta una lógica ingrata?
Son estos cuerpos flácidos y estas manos temblorosas los que nos cuidaron cuando éramos jóvenes.
Son estas débiles estructuras físicas a las que recurrimos cuando estamos tristes o tenemos miedo.
Son estas voces temblorosas las que nos enseñaron, nos fortificaron con admoniciones y nos levantaron el ánimo siempre que lo necesitamos.
Fueron estos ojos perdidos los que nos dieron ternura, bondad y valor cuando nuestros brotes eran blandos.
Por eso, no podemos dejar de tratarlos de la manera más fina y dirigirnos a ellos con las palabras más dulces.
En nuestra cultura popular, se dice que las almas de los ancianos son muy frágiles, y se afligen por cualquier comportamiento que les haga daño.
Esto es evidente, ya que no tienen tiempo para curarse de cualquier daño que se les inflija.
Muchos no entienden esto, por lo que nos encontramos con que se maltrata a los ancianos, sin respetar ni su pelo blanco, signo del tiempo, ni su cuerpo cansado al estar agotado por la entrega incesante.
En la página de las Naciones Unidas, que designó el 15 de junio como el Día Mundial de Concienciación sobre el Maltrato a las Personas Mayores, observamos datos estremecedores:
Alrededor del 17% de las personas mayores de 60 años que viven con sus familias están expuestas a diversas formas de maltrato, y el maltrato a las personas mayores es elevado en las residencias de ancianos y en los centros de cuidados de larga duración; este fenómeno ha aumentado durante la pandemia del Covid 19. Cabe señalar que este tipo de trato puede provocar graves lesiones físicas, así como consecuencias psicológicas a largo plazo.
Lo preocupante son los cambios demográficos previstos, ya que el número de la población mundial mayor de 60 años aumentará, pasando de 900 millones en 2015 a unos 2,000 millones en 2050. Estos cambios conducirán inevitablemente a una escalada del fenómeno del maltrato a las personas mayores, ya que muchos países presentan un rápido envejecimiento de la población.
No es necesario insistir y centrarnos en el papel que desempeña la Iglesia de Cristo en la acogida de los ancianos y en las diversas formas de servicios, desde las casas de acogida ordinarias hasta los centros para enfermedades crónicas y los centros de atención a los ancianos discapacitados.
Tenemos que detenernos y preguntarnos que, aparte de las instalaciones para el tratamiento de una enfermedad crónica que puede constituir una discapacidad física, ¿por qué necesitamos residencias de ancianos?
¿La respuesta inevitable es que se debe a que los hijos ya no son capaces de tolerar a sus padres porque sienten que su presencia con ellos afecta a su bienestar? ¿Es porque los ancianos se han convertido en una carga para la vida de sus hijos, cuando son ellos los que les han dado la vida?
Fuera del marco de las enfermedades que enclavan a los ancianos en una silla de ruedas y, por tanto, les hacen necesitar cuidados médicos especializados, las residencias de ancianos son una afrenta a nuestra propia humanidad.
Lo más atroz que se puede hacer a un anciano es privarle del entorno en el que ha pasado su vida.
Se les arranca de los hogares en los que vivieron durante décadas llevando consigo algunos objetos que no tienen ningún valor, excepto para ellos en sus propios recuerdos.
Esto podría calificarse de abuso de persona, pero nos resulta difícil luchar contra él por la gravedad de la debilidad de la que adolecen nuestros valores y, sobre todo, nuestro amor.